miércoles, 29 de septiembre de 2010

Analogía de la vaca: crónica de un viaje apretado y una estética obligada



En el mundo en el que vivimos siempre tratamos de explicar todo con metáforas, aforismos o analogía. Por ejemplo, para entender lo que Jesús quiso decir en el relato de la Biblia, siempre usó parábolas. Y parece que eso lo ayudaba, porque nadie puede decir que no se acuerda del pan que se hizo kilos y el agua que se transformó vino y que además alimentó a varios comensales.
Se me ocurre que las vacas también son una especie desdichada, tal como lo es el ser humano, que en varias ocasiones se transforman en un personaje de analogía no muy agraciado.


Cierto día de semana, a cierta hora pico, el subte demoró más de lo común en llegar a la estación, al escuchar la señal que afirmaba su llegada, una considerable cantidad de pasajeros comenzaron a colmarse en las inmediaciones del andén del subterráneo. Con un empujonzazo colectivo, entraron 20 personas en un solo vagón y comenzó la interminable odisea.
¡No aprieten por favor! ¡Dejen de subir! ¡No puedo respirar! ¡Me quiero bajar!, se escuchaba todo tipo de órdenes al aire, tratando de ser escuchadas y siempre ignoradas. Un fuerte aroma rancio y casi ácido inundó el vagón de los tripulantes apelmazados. Una risa capciosa que buscó sonrisas cómplices, delató la flatulencia respirada por todos los pasajeros que viajaban tan pegados como podían y fue ahí en ese justo momento donde se escuchó de una voz muy ronca: ¡Esto es una vergüenza nacional, viajamos como ganado, parecemos todos vacas a punto de llegar al matadero! Y las vacas del vagón mugieron lentamente mientras una se apegaba a la otra tratando de que más vacas entraran en cada estación. Algunas vacas protegían a sus novillos con las manos, otras vacas escuchaban música desde sus reproductores portátiles, otras vaquillonas se maquillaban el hocico dueñas de un asiento con varios pretendientes. También había toros, que mascaban pasto perfumado a menta en las orejas de las vacas, otros toros observaban sus presas montadas en otras presas. Y la chicharra del subte sonó alertando la llegada de la unidad a destino, todo el ganado descendió del subte con un feroz galope a las escalinatas.
Dos pasajeras iban charlando muy entretenidas, una de ellas lucía grandes gafas de sol y la otra iba comiendo un alfajor blanco. La mujer de gafas se percató de la cantidad de calorías que aporta un simple alfajor y no pudo evitar acotar: ¡Querida, mirá todo lo que estás consumiendo! ¡Te vas a volver una vaca, por favor, cuídate, que el verano está cerca! Y de golpe la mujer de anteojos saludo afectuosamente a la vaca que engullía con vistoso placer el pedazo de alfajor blanco.

Uno se pone a reflexionar sobre la vida de la vaca y la nefasta metáfora que se ganó:
Porque la vaca nace para vivir en un ganado que siempre termina encerrado en un corral solo para comer, y como come todo el día, luce gorda y flácida, para que después sea más deliciosa su carne para algún comensal que la pide y espera con baba en las comisuras de la boca. En conclusión, la mujer no lo sabe, pero si detenidamente se pone a pensar, una vaca no tiene mucho que envidiar….

Por Nadia Brenda Salva

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cheque fácil con cobro difícil.


Un juego con trampa

El sentido común dictamina que si uno participa de un concurso o sorteo -y gana- le corresponde un premio. Sería la lógica a seguir cuando las expectativas al juego llegan a su punto de éxtasis final. Cuando no sucede esto, y al ganar, uno se encuentra con la frustración de que le corresponde un premio y nada ni nadie se lo otorga, el resultado puede llegar a convertirse en un momento bochornoso.

Por Jessica Bond


El famoso diario Clarín fue el encargado de lograr que la alegría de varios participantes de un juego que prometía ganadores y premios, se convirtiera en una ocasión penosa para muchos. Como bien se sabe, un ganador merece un premio y para Clarín, sus ganadores son sólo un número, igual que en todas las situaciones (el ciudadano no es tratado como tal, sino como un número entre todos) de la cotidianeidad.

El juego de azar que proponía dicho diario consistía en juntar falsos cheques con un monto determinado, y si en las siguientes ediciones del diario salía publicado el mismo monto que el impreso en el cheque, el portador del cheque ganaba ese dinero al instante. Y tenía el derecho de cobrarlo. Dependiendo la cantidad de dinero, los lugares a cobrar cambiaban. Y ésta es la pequeña historia de una participante que ganó, sufrió, se enojó, peleó, luchó, lloró, caminó y hasta gastó dinero de su bolsillo para llegar a cobrar lo que le pertenecía.

Porque no era tan sencillo como Clarín lo había publicado, y como la gran mayoría de los representantes telefónicos lo venían diciendo en repetidas comunicaciones telefónicas con quién escribe este descargo.

El cheque era de un monto de $910 que debían ser cobrados en cualquier sucursal de OCA. Y digo cualquier sucursal porque explícitamente Clarín había publicado que hasta $1000 ganados el cheque ganador se cobraba en la sucursal de correos más cercana. Y no fue así. Recorrí cuatro sucursales de OCA en el transcurso de mí largo día, en tres de ellas me decían que el cheque no tenía premio mientras tenía en línea un representante de “Cheque Fácil” que me decía que sí se podía cobrar pero que no tenían una solución para mí. Era más simple darme media vuelta en el local de correos y dirigirme cansada y fastidiada a mi casa, sin mi recompensa, a pesar de ser merecida y tener el derecho de cobrarla.

Pero no fue así, seguí insistiendo porque todavía creo que es positivo luchar por lo que a uno le corresponde. Llamé nuevamente al call center de “cheque fácil”, era la cuarta vez que me comunicaba con un representante que no sabía darme respuestas ni soluciones. Pero en esta ocasión un muchacho altanero me ordenó dejar de gastar crédito en el celular, dirigirme a otra sucursal de correos y además tomarme una queja. Le pregunté para qué la queja, si él no me estaba dando ninguna solución a mi problema. Ni siquiera pudo decirme que el trámite tenía un tiempo para que se acreditase el monto, o que debía ir a una sucursal especifica para cobrarlo (que no es lo mismo que decir que me recorra media ciudad de Buenos Aires para ver si en alguna tengo suerte), luego terminó cortándome la comunicación. Como es debido volví a marcar ese teléfono, mientras que personal de OCA me decía que estas situaciones son comunes desde los concursos o sorteos que organiza Clarín, que hasta un par de ganadores tuvieron que ir a hacer su descargo a Clarín y que algunos hasta se daban media vuelta y dejaban de insistir. Al volver a llamar, lo único que recibí fue un sonido agudo que casi me dejó sorda. Volví a discar y nadie levantó la llamada. Un cliente que iba a mandar un sobre me sugirió que llamara con el teléfono desconocido así no registraban mi llamada. Y eso fue lo que hice, pero la ira comenzó a subir como un volcán a punto de erupcionar cuando un representante contestó mi llamada. No tuve suerte. Y es paradójico, porque tuve suerte de ganarme casi $1000, pero no tuve suerte para cobrarlo fácilmente.

Había pasado cuatro horas de mi lucha para cobrar mi premio, me dirigí casi resignada a otra sucursal del correo y allí, después de tanto tormento, cobré lo que me correspondía. Y la conclusión es: ¿Por qué merecemos este trato? Sólo participamos con la esperanza de ganar algo y nos encontramos con situaciones vergonzosas, penosas, tristes. E increíbles, porque no puede ser que seamos únicamente un número y que a nadie le importe lo que reclamamos, que justamente son derechos que nos corresponden y se niegan hasta el cansancio. ¿Esto era un juego o un calvario?

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