sábado, 6 de febrero de 2010

DE MENTES


Las nuevas enfermedades de los porteños

Es bien sabido que la velocidad en estos tiempos prima ante todo. La ciudad de Buenos Aires vuela. Sus integrantes, sus pobladores no paran de correr. Los almuerzos casi no existen, la comida al paso está de moda y tiene sus consecuencias. El subte siempre es más rápido que el colectivo, por ende se viaja casi de manera insalubre, pegados unos a otros, con calor y situaciones desagradables. El microcentro es intransitable desde las 9 de la mañana hasta las 16, aproximadamente. Y no sólo se congestionan las principales avenidas, sino que hasta las veredas son un caos. Tanta velocidad y tanta urgencia provocan las más inusuales enfermedades, de las cuales algunas llegan a transformarse en crónicas.

¿Quién no asocia la palabra psiquiatra con locura? ¿Quién ha dejado el prejuicio de lado con respecto a lo que usualmente se llama salud mental? Aquí en la ciudad de Buenos Aires, ya se suman más pacientes con síntomas de pánico, ansiedad y fobias.

De repente, la vida de alguien con su trabajo estable, una familia y un fin de semana para descansar pasa a ser una vida del temor. Un temor sin causa alguna superficialmente, inconmensurado. Raro. El temor a que llegue la noche y que, al apoyar la cabeza en la almohada, aparezca la peor pesadilla antes de dormir: el insomnio. La causa inexplicable que nos deja los ojos más abiertos que nunca. ¿Cómo no sufrirá insomnio o problemas para conciliar el sueño una persona que llega a su casa cargada de la adrenalina del día? ¿Cómo dejar esa carga detrás de la puerta de casa? Muchos suelen llevar su trabajo a la cotidianeidad del hogar, y ahí empiezan los problemas. Donde la barrera entre la carrera de todo un día y el relax no aparece.

Nictofobia es el terror a que llegue la noche, e inexplicablemente aparece en la vida de un pobre empleado que siente que no tiene las suficientes molestias como para sufrirlo. Es la típica pregunta formulada: ¿por qué a mí?

La noche muchas veces es el perfecto escenario de los niños y jóvenes en contacto con la tecnología. Sin la precaución de sus padres, se lanzan a chatear, a navegar por Internet en sitios insólitos, se enchufan en su cerebro la tan célebre Playstation, se alienan con mensajes de texto desde los más sofisticados celulares. Y de repente, son las 4 AM y la personita en vías de crecimiento aún no se ha arrimado a su cama. Si bien los niños de hoy saben mucho más que la generación anterior, el exceso del consumo tecnológico formará parte de una consecuencia insana para su desarrollo intelectual y hasta social.

Los niños ermitaños tienen razón de ser. En cuatro paredes encuentran algo más atractivo que una tarde soleada en una canchita de fútbol.

Una de las enfermedades que más ha crecido, en los últimos tiempos, son las mentales. Y la ansiedad pasa al primer lugar en ellas. Se trata de inquietud, tensión muscular, preocupación excesiva y trastornos en el sueño (insomnio, pesadillas, sudoración). Este tipo de enfermedades no discriminan en pacientes. Desde los 20 años, los síntomas ya pueden percibirse.

Pánico. La terrible sensación de muerte inminente cada vez atrapa a más personas en vísperas de su madurez. Quiero decir que al salir de la secundaria e ingresando a estudios con mayor complejidad aparecen los exámenes, y en esa época, el pánico aparece sin esperarlo. Muchos estudiantes lo sufren. Muchos a la corta edad de los 18 años ya consumen ansiolíticos y antidepresivos. Ya es cosa del pasado que la abuelita se tome un Rivotril o la pastillita para bajar un cambio e irse a dormir. Ahora, es cosa de todos y de todos los días.

Agorafobia, el temor a estar en lugares públicos. Imaginemos la situación de una persona que no puede ir al cine, que no puede disfrutar un paseo de compras o que ni siquiera puede ir a comer con sus amigos por un temor que lo invade sin explicación.

Ya es normal: todos y todas estamos locos. Locos de ansiedad, de miedo. La inseguridad no fomenta ninguna solución, las pastillas son sólo un parche ante la enfermedad. Y el estrés, definitivamente, es la enfermedad del siglo XXI.

¿Cómo modificar estos síntomas y actuar para que no nos ataquen estas inesperadas enfermedades mentales? Existe desde 1986 una técnica llamada Slow Life (algo así como la vida lenta), que consiste en bajar un cambio a la velocidad en la que actuamos todos los días, comer saludable y prestarle atención a las pequeñas cositas de la vida que pasan por alto. Es de lo más sencillo y reparador, y no se incluyen pastillas antidepresivas en esta técnica.

Se trata de dormir lo necesario respetando las horas mínimas de sueño. También es importante ingerir una dieta con alto contenido en frutas y verduras, y bajar el contenido en grasas. Practicar un hobby que dé tranquilidad, practicar actividad física moderada, no saturar la agenda con actividades, realizar una actividad a la vez -no varias al mismo tiempo-, no mirar el reloj a cada rato, comer despacio y masticar bien, disfrutar de la soledad y de una charla, dejar lugar en la agenda para pasar tiempo con amigos o algún momento de ocio.

Todo puede cambiar, si uno mismo se propone bajar la velocidad al transitar su propia ruta.


Nadia Brenda Salva

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