¡Ay de nosotras mujeres, que crecimos buscando al príncipe azul y terminamos por aceptar al príncipe que se convirtió en rana y no volvió a ser como antes! Dimos tantos besos para tratar de cambiarlo y a veces nos embolaba seguir intentando con el mismo. Dijimos “next” y apareció el próximo, ó peor aún, el anterior a esa rana. ¡Cuantos peluches recibimos del príncipe rana! ¡Cuantos chocolates, y bombones, cuantas declaraciones de amor! Y ahí estábamos nosotras, enamorándonos cada día más hasta asemejarnos con alguna enfermedad psicológica ó neurótica! Guardando cada recuerdito en una cajita de cristal y caminando pegando saltitos como un conejo feliz por el bosque.
He aquí una serie de síntomas que muchas padecen cuando aparentan estar incubando el malvado virus del enamoramiento:
El susodicho en cuestión es el primer y último pensamiento del día. A veces es el cuarto, y quinto, y sexto pensamiento que nos hace olvidar de que había que desayunar en vez de pasar una hora en el baño maquillándose.
El celular de repente se quedo sin memoria. Se lleno de mensajes de textos que son imborrables, y la mayoría solo dicen “te extraño”, “te quiero”, “te necesito”, “dejaste el cepillo de dientes acá!”
Pasamos a borrar de la pared a Brad Pitt, Johnny Deep ó Leo DiCaprio, por las fotos del príncipe rana. Que casualmente no tiene ni una uña de Brad! Pero es más lindo que ellos tres juntos. (en este síntoma vienen incluidos un par de lentes deformantes de la realidad)
Mencionamos el nombre de “el” un 80% más que el nuestro.
Un día aparecemos morochas porque a “el” “le encantan las morochas” (lo dice en otras palabras: te quedaría bárbaro el pelo oscurito”)
Escuchamos un tema musical y todos los recuerdos se remiten a la misma persona. Se lo decimos al primer individuo que tengamos a mano, ¡como si le importase!
Nos convertimos en cartoneras. Guardamos hasta los boletos de colectivo de un viaje con el hombre rana. El envoltorio del chocolate de esa tarde lluviosa, la entrada a esa película re linda que ni te acordás de que se trataba. (porque la mirada estaba enfocada en otro lado. Obvio.)
De repente nunca, pero nunca salimos desmaquilladas de casa. Estamos siempre perfectas y súper producidas. Un domingo a las 9 de la mañana es igual que un sábado a las 12 de la noche.
Se nos amplia el léxico cursi enamoradizo. Antes lo llamábamos por su nombre, ahora tiene 30.000 apodos ridículos pero que nos parecen súper tiernos. (Que nadie se tome el trabajo de buscar en el diccionario lo que significa cada palabra. Son inventadas. “piwi, cosita, pelizo, bubu, cuchi-cuchi…”)
Todos nuestros garabatos son corazones, la música que escuchamos son todos boleros latinos que nunca nos gustaron pero que ahora los llevamos encima, vemos clones del “príncipe” por todos lados, y todo, pero todo nos recuerda a él.
Si Usted ha sufrido estos síntomas, sabe de lo que hablo. Si esta sufriendo algo de esto, por favor, acuda a su amor propio y manténgase alerta, que en cualquier momento todo se derrumbará y no habrá Benny Hill que le quite las lágrimas cuando el príncipe se haya convertido en rana. Para siempre…
Nadia Brenda Salva
(eterna enamorada del sapo que nunca será principe)