sábado, 10 de octubre de 2009

El desapego

Una vez alguien me dijo que todos somos buscadores del equilibrio. ¿Qué equilibrio? Ese que nos ubica en una posición media en todos los aspectos, que nos trasforma en un “gris” y dejamos de ubicarnos en los extremos de la situación. El equilibrio económico, que nos permite solventarnos las necesidades primarias, pero que también nos deje un resto para darnos gustitos. El equilibrio emocional, en el que no nos desgarramos de amor por un otro, sino que nos mantenemos controlados, perfectamente libres pero amantes. Ese equilibrio del “no” extremo. Ni blanco, ni negro. Ni bueno ni malo.
Esa frase que escuché, fue en un momento especial, en una situación de placer sin amor. (¿Para equilibrar necesidades biológicas?). Me lo dijo un hombre que veía en el reflejo de su espejo alguien agradable para sus ojos interiores y exteriores. Que se sentía bien consigo mismo, y por ende podía concebir de manera positiva a los otros.

Consecuencia de tantas crisis nerviosas, decidí pensar en silencio y casi en la oscuridad. ¿Qué me pasa? ¿Por qué tanta ansiedad? ¿Por qué tanta necesidad? Esa es la clave. La necesidad innata que tenemos los seres humanos ignorantes. La necesidad de sentirnos deseados, amados, admirados. La necesidad de vernos bellos, de tener plata en el bolsillo, la necesidad de elogios y de paz interior. La necesidad de darle el gusto al otro, que nunca somos nosotros.

Necesidad sin saciarla es igual a dolor. A tortura de la espera. Necesidad es sentir in completitud, es sentir que algo falta. Si no es dinero es amor, si no es amor es pasión, si no es pasión es aventura, si no es aventura es estabilidad. ¿Por qué pasamos gran parte, si no es toda nuestra vida, en búsqueda de sentirnos plenos?
Una carrera no va a llenar el vacío existencial con el cual nacemos o nos implantan de alguna forma. La pareja perfecta con la relación perfecta, que no existe, tampoco. Aliviara un poco ese hueco. Pero la necesidad de más siempre está.

En un momento de incursión en el budismo, escuché la palabra desapego, y paradójicamente no puedo quitármela de encima. Tal vez porque forme parte de ese camino sanador de la ambición de querer más.
¿Qué pasa si dejo de desear a esa persona que no es recíproca pero me encapricho porque así sea? ¿Qué pasa si verdaderamente le pongo el verdadero valor al dinero? ¿Qué pasa si por una vez en la vida, respiro oxigeno sin cuestionarme cuantas veces más queda por hacerlo?
¿Qué ocurriría sin realmente me pudiese o nos pudiésemos desapegar de todo aquello que queremos y no tenemos?
Muy probablemente la vida cobraría sencillez, y esa particularidad que tiene de sorprendernos constantemente. Muchos de nosotros dejaríamos de sufrir esperando que varias de nuestras necesidades se concreten. Si solo supiéramos que después de ella, surgirán otras 10.000, y por lo tanto, otras 10.000 crisis de ansiedad más.
La vida es tan sencilla como cuando nacimos, el mundo nos regala que comer, que respirar, donde cobijarnos, donde bailar y donde entregarnos cuando el cuerpo ya se cansa de transitar.

Mirando por el balcón, una noche lluviosa de viernes, recién recuperada de un ataque de pánico, (esa sensación de muerte inminente que un gran porcentaje de la población mundial padece.) pensé en todo lo que el mundo me ofrecía, y todo lo que yo quería, casi imposible de acaparar todo junto, tanto tiempo invertido en sufrimiento, que ya no había tiempo para el verdadero goce.
Desapegarnos de todo, es poder vernos muy internamente. La vida tiene mucho para darnos, y nosotros ¿Qué le damos a la vida?

Temita para llorar para un rato



Powered By Blogger